Asaf y sus tres miradas (Salmo 73)

Terminamos el año en medio de una situación nacional, regional y mundial bastante movida y difícil de procesar para uno mismo, lo que hace que sea casi imposible de digerirla mínimamente como para producir alguna respuesta pastoral decentemente argumentada y articulada. Unas protestas populares, con algunas demandas que podemos acompañar y hasta compartir, se mezclan con posturas políticas más difíciles de manejar y hasta con actitudes y acciones violentas y vandálicas –algunas dirigidas específicamente contra iglesias cristianas– que tenemos que condenar enérgicamente. El fenómenos no es ni local, ni nacional; Chile y Ecuador hace poco, más las protestas ya muy largas de los chalecos amarillos en Francia y de los estudiantes en Hong Kong, hace que el ambiente se sienta espeso y rancio.

Entre lo que creo que todos compartimos y por lo que hasta nos provoca también salir a marchar y dar de cacerolazos, está el tema de la corrupción. Según los medios (que creo que en esto no se equivocan), estamos hasta el cuello en corrupción y parece que no se puede hacer absolutamente nada al respecto. Todo tipo de funcionarios, de todo nivel, cometen todo tipo de tropelías, encubierta o descaradamente, y hasta cuando son descubiertos robándose miles de millones, no les pasa nada, o reciben condenas irrisorias de confinamiento en sus palacios, mientras que personajes del común, que cometen delitos relativamente menores, pasan largas temporadas en la cárcel, en condiciones infrahumanas.

Frente a una situación así, las reacciones son variadas:

1) Unos se rasgan las vestiduras, empiezan a declarar que todos los demás son unos corruptos y exigen renuncias, juicios, cárcel, etc…. y muchas veces quienes más gritan son tan o más corruptos que aquellos a quienes acusan (no les pagan a sus empleados con justicia, no declaran o pagan impuestos como debe ser, no dan factura, se pasan la luz roja del semáforo… lo que sea); 2) Un segundo grupo se queja pero despacito no más, porque son tal vez un poco menos hipócritas; “ay no qué horror”… “en qué país estamos”… “es que aquí todos son muy avispaos” (como si el quejoso no fuera un “avispao” también… pero en el fondo, lo único que realmente le molesta a este sujeto no es que exista la rosca, sino el no ser parte de la misma; 3) Un tercer grupo es –o se hace– el indiferente; “la política es una porquería” dice con un tonito de asco y autoridad, seguido de un “yo con eso no me meto”… lo que de por sí ya es una posición política en sí misma y 4) está el eterno espectador, que celebra hasta la muerte de un cangrejo y organiza un asado bailable para ver la transmisión del mando del nuevo presidente. Hoy vamos a tratar de no caer en ninguno de esos 4 grupos, sino en un quinto, conformado por los que se detienen por un momento y buscan en las Escrituras algún tipo de derrotero para entender lo que pasa a su alrededor o, si no lo pueden entender, por lo menos intentan escuchar de boca del Señor qué se puede hacer, cómo se debería reaccionar.

ASAF

Al mirar al autor de este salmo, solo me encontré con un hombre que a primera vista parecía amargado y desanimado (¡y a segunda vista, peor todavía!)… y pensé: ¡qué aburrido escuchar a este tipo Asaf quejarse tan amargamente por la prosperidad de los malos! Ve a los políticos, a los matones, a los congresistas de su época, a los miembros de bandas criminales andar tan campantes y sobrados, que se le hace pedazos el hígado.

Pero Asaf no está solo. Ya Job se había quejado de lo mismo… (si leen el cap 21 de su libro, se darán cuenta de que es muy parecido a este salmo)… como que Job y Asaf se hubieran estado tomando un cafecito juntos como dos buenos viejitos pensionados, compartiéndose sus quejas y de ahí salieron a escribir lo que escribieron, acerca de un problema que David también reconoce, pero desde una perspectiva diferente y como respondiéndoles a Asaf y a Job, les escribe el salmo 37… exhortándolos a no pensar de esa manera. Se nota que esto de la corrupción y la impunidad ya era un tema candente y de actualidad hace 3000 años.

Pero bueno. ¿Qué le pasa a Asaf; por qué está tan frustrado? Para empezar, hay que reconocer que Asaf no es ningún aparecido. El hombre era: salmista, levita, testigo y hasta protagonista de momentos importantes en la historia de Israel. Sin embargo, este personaje, encumbrado en el mundo del ministerio, alguien que tan evidentemente ha dedicado su vida entera a servir al Señor, que ha visto tantas veces actuar a Dios de maneras portentosas en favor de su pueblo, pareciera caer en las garras de la desesperanza, de la confusión, al punto de que pareciera ya que su fe no lo puede sostener. Pero veamos con un poco de cuidado qué está pasando y para eso les animo a mirar el paisaje en las tres direcciones en las que el salmista enfoca su mirada:

1) La mirada hacia afuera: aunque este es un salmo largo, podemos organizar el texto de manera que uno puede distinguir tres horizontes muy bien definidos. La primera mirada mirada de este hombre, y que es la que más nos llama la atención, parece estar allá afuera y se concentra en el malvado, el impío, el violento y abusivo… y le dedica no poco espacio a esa mirada. De los 28 versos del salmo, Asaf usa 9 para describir aquello que ve en la vida de los impíos, eso que le disgusta tanto: ellos son prósperos (3), no tienen congojas y son fuertes (4), no pasan trabajos, nada malo les pasa (5), pueden ser soberbios y violentos (6 y 8), tienen todo lo que se les antoja (7), pueden hablar contra el cielo y la tierra, desafían a Dios (11), se hacen ricos sin que el mundo los estorbe (12)… y de esa manera se completa la descripción que hace él de esa gente mala, perversa, violenta, abusiva, que vive feliz de hacer cosas ilegales, robando, violando, matando, enriqueciéndose cada vez más sin que nada ni nadie se lo impida. Asaf se vuelve loco pensando que ¡ni siquiera Dios! se pone en el camino de esos animales. Como si eso fuera poco, además de que nadie les estorba, muchos de ellos terminan sus vidas tranquilos, en sus camas, viejos, saciados de todo cuanto quisieron tener, mientras atrás quedan tiradas sus víctimas, las viudas y los huérfanos de quienes mataron, los despojados, los desplazados. El pobre Asaf no puede con eso y explosiona. Ya veremos más adelante cómo resuelve él su crisis, pero lo que es evidente es que el hombre ya no da más. No puede comprender ni aceptar ni vivir en medio de tanta injusticia y clama al cielo con una gran dosis de angustia.

Pero honestamente, ¿a quién no le ha pasado eso? ¿Quién no se desespera al ver que tanta gente mala se sale con la suya sin que pase nada? Y claro, por un lado están los narcotraficantes, los miembros de bandas o combos, los sicarios, pero ellos no son los únicos porque por el otro lado están los ladrones de cuello blanco, señorones que se creen muy decentes pero se roban por millones los dineros de los pensionados, el dinero del programa de alimenatción escolar o hasta la bienestarina y tampoco les pasa nada ¡ni siquiera cuando los descubren! Y si vamos a ser descarnadamente honestos, tenemos que reconocer que vemos cosas similares y peores en algunas de nuestras iglesias, misiones y denominaciones, al punto de querer morirnos de la pura pena. Lo cierto es que, sea como sea, esa mirada de Asaf está viva hoy; es actual. Mucha gente piensa como él y se hace las mismas preguntas que el salmista y a muchos de ellos la desesperación los lleva a la violencia, o al nihilismo o a tomar la decisión de que como “todo el mundo” roba, no hay más remedio que robar también.

Ya más de cerca de la vida diaria, a quienes andamos en moto o en carro nos multan por pequeñas infracciones (lo que está bien), pero vemos a nuestro alrededor a miles de otros cometer faltas mucho más graves y no les pasa nada (lo que está mal). No sé a ustedes, pero debo confesar que cuando veo que eso pasa, a mí me hierve la sangre. Vemos que meten a la cárcel por muchos años a gente que roba poquito, por hambre, pero a los grandes ladrones les dan casa por cárcel y después de pocos años los sueltan para que se vayan a gozar por el resto de la vida de los miles de millones que robaron. Y salen salen por televisión muertos de la risa, burlándose de aquellos a quienes les robaron sus pensiones o a los enfermos y ancianos a los que dejaron sin atención médica, burlándose del sistema judicial, de las leyes, de todos los que pagamos impuestos. Y claro, por supuesto, burlándose también de Dios y nos preguntamos: ¿¡y es que a estos sinvergüenzas no les va a pasar nada!?…¡cómo así! Y pues la verdad es esa: muchas veces no les pasa absolutamente NADA y viven dichosos y cuando mueren, sus hijos y sus nietos quedan como millonarios gracias a lo mucho que este se robó. ¡Qué injusticia! ¿verdad? ¿No se han pillado ustedes mismos orando para que a esa gente les caiga fuego del cielo? ¡Yo sí! No me enorgullece, ni creo que nadie deba hacerlo, pero debo confesarlo.

Pues bien, Asaf mira a su alrededor y lo que ve le pudre las tripas. Nosotros hacemos lo mismo y tampoco podemos escapar a esa sensación de ahogo frente a la injusticia y nos preguntamos qué nos pasa porque nos desconocemos y hasta nos aterran nuestras reacciones y nuestros pensamientos. No podemos creer que estemos pensando y deseando lo que sabemos que está en nuestro fuero interno. Eso nos lleva al segundo horizonte de mirada, porque esa pregunta (“¿qué me pasa?”), dirige mi mirada en otra dirección. Ya no miramos allá, afuera, donde están los malos; ahora nos vemos forzados a mirarnos nosotros mismos. Esa es la segunda mirada.

2) La mirada hacia adentro: Así como Asaf describe lo que ve allá afuera, también nos describe lo que siente y en un acto de gran honestidad y transparencia, nos cuenta lo que ve cuando se mira a sí mismo. ¡Qué interesante! Este hombre dedicó 9 versos a describir a los malos, pero ahora se ve obligado a dedicar 13 versículos a describir cómo se siente él frente a lo que ve y su mirada hacia adentro no solo es más larga, sino también más compleja y más amarga que la anterior. La mirada sobre los malos es hasta cierto punto sencilla: ellos son soberbios, prósperos, caprichosos, violentos, blasfemos y a pesar de todo eso les va bien y nada malo les sucede. Por el contrario, lo que pasa en su interior es enredado, complejo, y a veces hasta contradictorio. Escuchemos a Asaf pensando en voz alta: Casi me resbalo por la envidia que me producen los malos (2 y 3), en vano he limpiado mi corazón y lavado mis manos (13), he sido azotado y castigado (14 –interesante compararlo con el v 5–), me quedo sin palabras para explicar esto (15), no entiendo nada (16), hasta que por fin encontré el secreto para entender (17), estaba lleno de amargura hasta el punto de tener dolor en el pecho (21), no entendía nada de lo bruto que era (22), me aferré a Dios (23), entendí que nada tengo ni nada quiero fuera de Dios (25), todo mi ser se deshace sin mi fe (26), mi salvación está en acercarme a Dios.

Hay varios elementos ahí: está la envidia, por ejemplo, que casi lo llevó a deslizarse hacia el abismo y si somos tan brutalmente honestos como este hombre, tendremos que reconocer que sí, a veces nos gobierna una envidia corrosiva, inmunda, podrida, que no tiuene nada que ver con la justicia que decimos defender. Una vez me pillé por ejemplo pensando que en mis tiempos de juventud, era muy difícil conseguir la atención de una jovencita. Había que cortejarla, llamarla varias veces, invitarla, gastar en cine, helados, siempre arriesgándose a que lo mandaran a uno a rodar a pesar de todo (y eso que estoy hablando solo de atención literalmente) porque si querías algo más allá, había que ofrecerles el sol y la luna… ¡hasta matrimonio! De lo contrario, no te daban ni la hora, mientras que ahora los muchachos la sacan barata y las chicas les dan hasta lo que no han pedido con los primeros 10 segundos de champeta o de reguetón. Ahora bien, imagínense qué tan podrido tiene que estar uno para siquiera pensar por un segundo que era mejor haber nacido 40 años después solo por eso, cuando la verdad está en todo lo contrario y debería estar dándole gracias a Dios de rodillas por haberme permitido crecer en una época y en un ambiente en los que mi personalidad (¿”perversidad”?) no pudo desarrollarse tan libremente como quiere la Corte Suprema de Justicia. Debería en realidad agradecer desde el fondo del alma porque me encaminó a la dicha de encontrarme muy temprano en la vida con una sola hija suya hermosa y decente con la cual vivir una vida igualmente hermosa y decente, con la cual formar un hogar y disfrutar de su paz, de nuestros hijos y de todo aquello que ha hecho de mi vida algo valioso y bueno gracias a la presencia y la influencia de esa mujer. ¿Envidia de los malos? ¡Hay que ser muy estúpido para sentirla! …pero a veces nos gana nuestra propia estupidez, como se lamenta Asaf en el verso 22.

Además de la envidia, Asaf nos habla varias veces de confusión, de no entender, de estar perdido, de sentirse torpe. Nada más real; muchas veces nos encontraremos que en el ejercicio de nuestra fe y de nuestros intentos de hacer que la vida tenga sentido, nos daremos de narices con la realidad de que, sencillamente, muchas veces la vida no tiene sentido. Punto. Las piezas del rompecabezas no encajan (o faltan o sobran) y no podemos explicar por qué a las personas buenas les pasan cosas malas y viceversa, o porqué alguien por quien oramos muere y otro al que le metieron 5 balazos por delincuente sale bailando. No sabemos, no entendemos, no nos lo podemos explicar ni a nosotros mismos y eso es incómodo, eso duele, eso nos desubica y a veces se hace insoportable. Siempre queremos entender todo, pero muchas veces no entendemos nada.

Por último, Asaf nos dice que él resolvió su crisis aferrándose al Señor, reconociendo que no tiene a nadie sino a él, que él es lo que le da sentido a la vida. Reconoce que la prosperidad no es la que le da sentido a su vida, ni tampoco la comodidad, ni siquiera el que las cosas estén bien y todo parezca justo. Lo único que pudo salvar a Asaf de sí mismo y de sus circunstancias fue el esconderse en Dios y en su fe en Dios. Eso lo salvó de la locura, o de botar su fe por la ventana o de abandonarse a la desesperación, lo cual nos lleva al tercer horizonte de mirada de Asaf. Ya miró hacia afuera y se desesperó lleno de rabia. Luego miró hacia adentro y se deprimió viéndose confundido y desorientado. Ahora enfoca su mirada en otra dirección.

3) La mirada hacia arriba: es interesante ver que Asaf no escribe desde la desesperanza, sino desde el conflicto ya resuelto, porque miren cómo empieza el salmo: aun antes de empezar a quejarse, nos dice lo siguiente: “Ciertamente es bueno Dios para con Israel”; la primera mirada que menciona Asaf es hacia arriba, hacia Dios, aunque evidentemente fue la última que se le ocurrió.

Asaf mira hacia arriba y lo que ve lo lleva a decirnos que Dios es bueno (1), que cuida de su pueblo y le provee (10), que puede que parezca dormido pero ¡ay de los malos cuando él despierte! (20), que Dios dirige a su amado y que este, protegido como un niño, al final será recibido en gloria (23 y 24), y que ese Dios es la roca del que desfallece (26) y destruirá a todo el que se aparte de él (27).

Con esto el salmista nos recuerda que, independientemente de lo que pase a nuestro alrededor, independientemente de lo que vean nuestros ojos o perciban nuestros sentidos, independientemente de lo que piensen nuestras cabezas, o de lo que nos digan los que nos rodean, ya sean los que nos aman, o los que nos odian, o hasta quienes no nos conocen… sea cual sea la circunstancia, debemos empezar afirmando lo que sabemos de Dios porque él nos lo ha revelado y que Asaf define en estos versos de esta manera: Dios es bueno; él cuida de sus hijos, les provee lo que necesitan, los defiende, los guía por esta vida y les asegura un lugar en su presencia, delante de su gloria para siempre. Pongamos esas cosas en su sitio inamovible primero y de ahí en adelante podemos discutir lo que sea.

Tenemos que empezar poniendo a Dios en su lugar correcto: reconociéndolo como un Dios soberano, todopoderoso, majestuoso, rey de todo cuanto existe, dueño de la historia. Dueño de la historia del mundo, sí, pero dueño también de mi propia historia pequeña y personal. Con él ahí, sentado en su trono y nosotros postrados en su presencia, las cosas cuadran. Puede que no tengamos todas las piezas del rompecabezas, pero sí sabemos quién las tiene, sabemos quién impartirá justicia en su tiempo y a su manera y podemos descansar en eso. El malo puede ser malo y puede burlarse cuanto guste y el creyente puede estar confundido y no entender, pero en últimas eso no importa porque Jehová reina y él hará justicia y sabrá cómo maneja las cosas. Podemos descansar en la convicción de que él es bueno; es bueno para con el mundo, para con su pueblo, y es bueno para conmigo. Su voluntad es perfecta y él sabrá glorificarse aun en medio de mi enfermedad, en medio de mi escasez, en medio del peligro al que me enfrento. Mientras el Señor esté en el trono supremo de la creación, todo tiene sentido aunque no lo veamos, aunque no lo entendamos, aunque no nos parezca que lo tenga… porque es por fe.

Además de Asaf, otro que entendió esta realidad es Pablo. Él miró hacia afuera y se desesperó, por ejemplo, por la torpeza de los gálatas (Gá 3:1), quienes se devolvían a los rudimentos de la ley (hasta el punto de llamarlos “idiotas”)… y se peleó con sus hermanos judíos y deseó que fueran mutilados aquellos a quienes llama, con su clásica ternura paulina: “perros mutiladores del cuerpo” (Fil 3:2) que querían circuncidar a todo el mundo. Después se miró hacia adentro y declaró desesperado en Romanos 7 “¡Miserable de mí… quién me librará de este cuerpo de muerte… el mal que no quiero hacer eso hago, no el bien que sé que debería hacer… el pecado mora en mis miembros!” pero al final, en un arranque de genialidad triunfal recapacita, mira hacia arriba y dice en el siguiente capítulo de la misma carta: “En él somos más que vencedores… a los que lo aman todas las cosas les ayudan a bien… ¿quién acusará a los escogidos de Dios?… ¿quién condenará?… Ja… no me importa nada porque sé que ni la vida, ni la muerte, ni ángeles ni principados ni potestades ni lo ancho ni lo alto ni lo profundo… persecución, hambre, espada, desnudez, nada… NADA… ninguna cosa creada me podrás eparar del amor de Dios en Cristo Jesús”.

Ahí ya no hay ni pizca de confusión. Ahí, resguardado en el amor de Dios, no importa el destino de los malos y la justicia es perfecta. Ahí el mal no nos puede tocar.

La propuesta de Dios para nosotros hoy es esta: deja de mirar hacia afuera. No te fijes en los impíos, no los envidies, no alejes el gozo de tu corazón comparándote con los demás, ni dejes que sus fechorías te roben la paz que Dios te ha regalado. Tampoco te angusties por ser como eres, o por lo que no eres, o lo que crees que no eres, o lo que crees que deberías ser. Nada de eso importa; lo único que importa es que eres un hijo amado, una hija amada. Él es tu Padre, eleva tu mirada a él y solo a él; escúchalo a él y aleja todas las demás voces. Gózate de saber que el rey del universo está de tu lado al 100% y te ama tanto que entregó a su Hijo a la muerte por ti y que nada te separará de su amor por ti. Él te dice “Mírame a mí… mi gloria es tu gloria… mi santidad es tu santidad… mi justicia es tu justicia”. Ese privilegio es lo que Cristo vino a traer a tu vida.

Entonces, metidos en el santuario mismo del altísimo, clavados nuestros ojos en los suyos, todos los demás desaparecen. Contemplándolo a él, aún yo mismo desaparezco bañado de su presencia, porque Cristo ganó para mí ese acceso. Así, en vez de amargura por la aparente y temporal prosperidad de los malos, tendremos paz y los podremos amar aun a ellos y en vez de la confusión vergonzante que nos produce mirar hacia adentro, tendremos gozo y podremos amar a otros como a nosotros mismos (en vez de vivir odiándonos a nosotros mismos en nuestro error y confusión de odiar al pecador porque odiamos el pecado, lo que, por lógica, nos hace incapaces de amar a nadie más).

Entonces –y solo entonces– se podrá manifestar en nosotros el amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza. Es decir, el fruto pleno del Espíritu Santo en nuestros corazones podrá mostrarse en la manera en la que amamos a Dios con toda nuestras fuerzas, con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón y amamos al prójimo como a nosotros mismos. Pero de eso hablaremos otro día.

Manuel Reaño

Medellín, diciembre de 2019

Acerca de Manuel Reaño

A man who's had the privilege of getting old
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Una respuesta a Asaf y sus tres miradas (Salmo 73)

  1. gladysospina dijo:

    Leyendo esta reflexión/enseñanza hoy y… que bueno ha sido haberlo hecho!!! Gracias por cada palabra, no tienen fecha de caducidad!!!

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