El fruto del Espíritu (8)

El dominio propio

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.

Llegamos entonces al final de la serie con la que hemos intentado mirar con cierto detenimiento a cada una de las virtudes que trae el Espíritu Santo a nuestras vidas y que deberían evidenciarse en todo aspecto de ellas, incluido por supuesto, el ejercicio de nuestro ministerio.

Exégesis:
En vano procuré ir a los idiomas originales y a la exégesis exhaustiva, con el deseo de encontrar que esa expresión no significara lo que todos sabemos que significa. Quise encontrar que en el griego tiene una connotación diferente, algún significado alternativo sutil, que el uso que le da Pablo no es el mismo que en el griego clásico… yo no sé, alguna tabla de salvación que me permitiera escapar, como que no digo toda la verdad, pero no soy mentiroso; que no siempre soy cuidadoso con lo de los demás pero en términos estrictos, no soy un ladrón, que no siempre hablo de otras personas con caridad pero puedo asegurarles que no soy un asesino y así por el estilo, pero nada… no hubo escapatoria posible desde la exégesis. Dominio propio significa exactamente eso: temperancia, continencia, ser dueño de uno mismo, de sus impulsos, de sus deseos, para tener todo eso bajo férreo control de manera que responsablemente hagamos lo que debemos hacer, sobre la base de principios y valores y no simplemente de lo que queremos o lo que nos parece.

Los tres enemigos del dominio propio:
El fruto del Espíritu es el dominio propio; eso significa que si lo tengo, eso es señal de que estoy bajo la soberanía del Espíritu de Dios, de que es él quien me gobierna y nadie más ¿verdad?, pero …¿y si no? Si no es así, estoy bajo el gobierno de uno de estos tres (o de una combinación de ellos):

El mundo: el mundo –al menos en su versión contemporánea– es enemigo declarado del dominio propio. Esta época en especial, tiene como uno de sus ídolos más amados y venerados la supuesta libertad del individuo y digo “supuesta”, porque la libertad absoluta no existe. Si no eres esclavo de Dios (y de todo lo que él representa: la verdad, la luz, la justicia, la bondad, el bien), serás esclavo de algo o de alguien más: de la opinión de los demás, de la moda, de tu propia carne, de las imposiciones sociales, es decir, esclavo del enemigo de nuestras almas (y de todo lo que él representa: la mentira, la oscuridad, la injusticia, la maldad, el mal). Así las cosas, y en aras de esa supuesta libertad, la sociedad y la cultura circundante maldicen todos los límites, todas las normas, viéndolas como imposiciones arbitrarias, hasta el punto de que un término como “moralista” se ha vuelto un insulto. Hoy, abrazar y defender un conjunto de normas que definan los límites entre lo bueno y lo malo, es visto como algo negativo y razón suficiente para desestimar automáticamente la opinión de alguien y hacer de esa persona objeto de burlas y hasta de violencia. Para el mundo llamado posmoderno, es inaceptable que exista una base externa (Dios) que defina qué es bueno o qué es malo, ya que, en el reino del ídolo llamado individuo, nadie sino él o ella puede decidir sobre sus actos.

Por el contrario, el mundo pretende que la definición de “bueno” y “malo” descanse sobre una plataforma personal y subjetiva que tiene dos patas:

a) El pragmatismo: es decir, “lo que me funciona”. No necesitas la opinión de nadie más; no aceptas normas, ni limitaciones y en últimas ni siquiera necesitas preguntarte si funciona en un sentido más amplio que solamente para ti. Por ejemplo, cualquiera de esos infelices que se cuelan en el sistema de transporte, piensa que eso le funciona porque le permite viajar gratis de A a B y en sentido estricto, eso es verdad. Nadie lo detiene, nadie le estorba, nadie lo castiga… le funciona una y otra vez. Sin embargo, así como él hay otros cientos de miles que hacen lo mismo, por lo cual el sistema pierde dinero y tarde o temprano colapsará bajo el peso de tantos viajes gratuitos que igual consumen gasolina, partes de la máquina y tiempo y trabajo de los empleados. Al final, el sistema se vuelve inviable y cesa de prestar el servicio… ¿funcionó? No. Ni siquiera para el sinvergüenza que viajó gratis por un tiempo eso funcionó. La viveza del delincuente no le funcionó a nadie a la larga; a él sí por un tiempo, pero a la larga no. O cuando estamos manejando, el tráfico se pone pesado y nos empezamos a meter entre los carros para ganar un centímetro, avanzamos a la intersección porque el semáforo está en verde, aunque es evidente que no habrá tiempo para pasar al otro lado. Las luces cambian, quedamos en la mitad y nadie avanza. Los del otro lado hacen lo mismo, el semáforo vuelve a cambiar y lo que tenemos es un trancón que no funciona para nadie. La conveniencia personal sola, sin un contrato social que nos obligue a refrenar esa conveniencia individual en favor de un bien común (que a la larga también es un bien para MÍ), hace la vida en comunidad imposible, lo que al final termina siendo contrario aun a mis propios intereses.
b) Hedonismo: si la primera pata de la plataforma diabólica de la supuesta libertad del individuo es “lo que me funciona”, la segunda pata es “lo que me gusta”, lo que me satisface, lo que me produce placer. Esta supuesta libertad de hacer lo que me da la puerca gana, está siendo afirmada en el mundo en el que vivimos como un igualmente supuesto derecho inalienable. Nuestras indescriptibles cortes, llenas de magistrados que quién sabe cómo, dónde, o por quiénes fueron formados y quién sabe qué intereses representan, defienden a capa y espada un engendro sulfuroso al que han llamado pomposamente “el libre desarrollo de la personalidad”, con el que pretenden robarnos a nuestros hijos, haciéndoles creer que son libres de la autoridad paterna (o de cualquier otra) y que son libres de hacer lo que bien les parezca. Ya no se les puede imponer normas que formen su carácter, ni una disciplina que les enseñe a esforzarse por lo que quieren lograr, ni a respetar los límites de los demás, ni a buscar el bienestar común. Les han creado un mundo de fantasía donde pueden hacer lo que quieran y de esa manera esos jóvenes crecen creyendo que el mundo les tiene que aguantar todas sus majaderías y de pronto se ven crecidos, viejos, dándose de narices contra un mundo que –en realidad– no tiene por qué aguantarles nada, donde las cosas se consiguen con esfuerzo, donde si quieres una carrera, un negocio próspero, un matrimonio que valga la pena, una familia de la que puedas disfrutar, tienes que aprender a respetar normas y límites, asumir sacrificios y entender que no todo lo que te gusta es bueno para ti o para los demás.

En consecuencia, si voy a vivir pragmática y hedonistamente, no solo no necesito dominio propio, sino que este me estorbará.

Hermanos: No os conformeis a este siglo [pragmático y hedonista], sino transformaos mediante la renovación de vuestro entendimiento para que comprobeis la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. (Ro 12:2)

La carne: no hay nada qué hacer mis hermanos. Este es aquel enemigo al que probablemente estamos menos dispuestos a enfrentar. Denunciamos el pecado mundano y luchamos por diferenciarnos de él, desafiamos y resistimos al diablo, pero ¿quién de nosotros puede decir que mortifica y crucifica su carne cada día? Y no estoy hablando de “la carne” física, o de darnos azotes para mantenerla a raya, porque la Biblia va más allá de eso. La carne contra la que debemos luchar es el deseo personal al que el mundo le habla cuando le plantea las cosas desde el pragmatismo y el hedonismo. El mundo lo propone, pero es nuestra carne la que salta en esa piscina de inmundicia y concupiscencia. El mundo no nos puede obligar… solo nos puede seducir, como efectivamente lo hace. El mundo me disfraza la felicidad de materialismo y pinta el poster de la linda casa, el lindo auto, los ricos lujos (que sí son ricos y lindos, no nos digamos mentiras), pero soy yo quien babeo por ellos; soy yo quien sacrifica su salud, su matrimonio, sus hijos y los mejores años de su vida en ese altar, adorando y anhelando una fantasía que nunca se completa y como ando siempre corriendo y llorando por lo que me falta, no disfruto de lo que tengo. Pablo nos habla del contentamiento casi como el secreto de la vida en Filipenses y Jesús nos llama a buscar primero el reino de Dios y su justicia convencidos de que lo demás viene por añadidura, pero no; nada nos satisface, el vaso siempre está medio vacío y vivimos frustrados por ese otro medio vaso. De esa manera terminamos esclavizados a un estilo de vida, y a las demandas económicas que ese estilo exige, y el cual está dictado por factores externos… y ahí también perdemos dominio propio, porque nuestra carne demanda que alimentemos el prestigio social por la ropa que vestimos, la manera en que nos transportamos, el reloj que tenemos en la muñeca o lo que sea.

Pero la carne no se conforma ahí… va más allá. ¿Tenemos que trabajar? Preferimos perezear y ya después salimos con cualquier excusa por no haber cumplido. ¿Sabemos que hemos cometido un error y sabemos que debemos asumir las responsabilidad y pedir perdón y restaurar? Sí, pero preferimos hacer como que nada pasó para resguardar nuestro orgullo. ¿Pasó alguien muy atractivo y se nos fueron los ojos llenos de deseo? Para nosotros fue solo “una miradita”, pero el Señor nos cuenta eso como adulterio… y así, el orgullo, el deseo, la pereza, la mentira y otros pecados se enquistan en nuestra mente, en nuestra conducta y nos debilitan y nos avergüenzan cada vez más.

Hermanos: Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne. (Ro 13:13 y 14)

El diablo: no podía quedar fuera de semejante lista este personaje, que es quien está detrás de lo que conocemos como “el mundo” manejando sus hilos como los de una marioneta y que tienta y susurra al oído presto de nuestro yo carnal sus miles de promesas mentirosas de dicha y realización, tal como hizo desde el primer día con nuestros primeros padres. Así como hizo con ellos, el llamado “padre de mentira” contradice a Dios o tergiversa y tuerce sus palabras y nos hace creer que queremos o necesitamos el veneno que él nos ofrece. Como en cualquier documental de Animal Planet o de Nat Geo, anda como un león buscando al que está solo, al que está débil, al que está enfermo, al que no se puede defender, para devorarlo, para volverlo pedazos. Se viste como ángel de luz, y se envuelve en palabras vagas como: “amor, paz, convivencia, tolerancia” y otras por el estilo, que en sí mismas no son malas, pero que se manipulan antojadizamente cuando se separan de conceptos bíblicos básicos como “justicia, pecado, arrepentimiento, santidad” y otros similares. Desde esa posición, predicará sin sonrojarse que podemos vivir vidas absolutamente libres de cualquier limitación “legalista” porque Dios es tan bueno que es incapaz de castigar a nadie, que eso de catalogar las conductas de las personas como “pecado” es muy brusco e intransigente (además de farisaico, moralista, etc.), que si vivimos como queremos (no bajo la soberanía divina) nada nos va a pasar… (¿recuerdan eso de “no moriréis”?). Y bajo esas premisas… ¿quién necesita dominio propio? ¿Para qué? Dios no va a hacer nada; él no castiga; él no condena; él no nos pone límites absurdos, ¡frescos que no pasa nada!

El diablo dicta las reglas, el mundo las implementa y nuestra carne se revuelca dichosa en ese sistema igual que un cerdo en el estiércol… ¿Dominio propio? ¿Quién quiere encartarse con esas ideas tan anticuadas, tan mojigatas, tan moralistas, tan farisaicas, tan desconectadas del mundo en el que vivimos?

Hermanos: Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo y huirá de vosotros. (Stgo 4:7)

Epílogo: una última palabra con respecto a la irresponsabilidad de salir con que “Dios me hizo así” como justificación para la depravación moral y el rechazo al dominio propio: para empezar, ninguno de nosotros es como debería ser; es decir, como Dios nos diseñó. Todos estamos marcados por el pecado en nuestra carne. Aun así, quienes estamos bajo el gobierno, bajo la soberanía, bajo el mando del Dios trino, simplemente no podemos rendirnos al “yo soy así” y mucho menos tirarle a él la pelota “porque él me hizo así”. A mí Dios me hizo varón y me bendijo con una fuerte atracción por las mujeres y siempre habrá mujeres jóvenes y bonitas en nuestro entorno, pero eso no me da patente de corso para salir a buscarlas. Mi condición de hombre casado, y de ministro del evangelio, me obligan a ser “marido de una sola mujer”, por más que haya sido creado para que me gusten todas (o por lo menos muchas de ellas). Mi naturaleza no puede predominar; mi carne tiene que ser puesta a raya, metida en cintura, dominada. Tengo que forzarme a ni siquiera mirar a otras, a no pensar en otras, así todo mi ser me mueva a eso. Y para eso necesitamos el poder del Espíritu Santo, porque solos no podemos. De nosotros no sale eso naturalmente.

Y eso es exactamente lo que le dice Pablo a Timoteo: “…no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y dominio propio” (1 Tim 1:7). Por amor a Dios y al prójimo, debemos ejercer el dominio propio en todas las áreas de la vida, para lo cual recibimos el poder del Espíritu de Dios, buscando ser santos porque él es santo. Sí, su gracia es inmensa y la sangre de Cristo limpia nuestro pecado, pero eso no nos da el permiso para seguir pecando. ¿Pecaremos para que la gracia abunde? ¡Definitivamente no; de ninguna manera!… lo demás es cobardía. Podemos escudarnos en que todo el mundo lo hace, en que la carne es débil, en que no le hace daño a nadie, o en que nadie me ve o en cualquier otra excusa, pero eso no será sino simple y burda cobardía… y no tenemos un espíritu de cobardía sino de poder, amor y dominio propio. ¿O no?

Esas virtudes que hemos estado viendo: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y esta de la templanza o dominio propio no son innatas. El que no las tiene… pídalas. Vamos a querer aprovechar el ministerio en beneficio propio, vamos a querer hacernos de ganancias deshonestas, vamos a querer asumir la gloria que no es nuestra, vamos a querer hacer daño por venganza o por cualquier otro motivo, vamos a querer recuperar la ilusión y la fantasía con la mujer ajena ¡lo que sea!, porque de pecado están llenos nuestros corazones, pero eso jamás borrará el llamado de Dios a ser santos como él es santo. Pidamos el don del dominio propio, cultivémoslo, anhelémoslo porque traerá gloria a Dios, bendición a nuestras comunidades y familias y paz a nuestros corazones.

Manuel Reaño

Octubre de 2019

Acerca de Manuel Reaño

A man who's had the privilege of getting old
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8 respuestas a El fruto del Espíritu (8)

  1. Wilson Múnera dijo:

    Espléndido mensaje… Dios te bendiga mi hermano Manuel. Dios nos conceda este importante don ya que es en gran manera relevante para los ministros en el mundo que vivímos hoy. Un abrazo.

  2. manuelreanio dijo:

    Gracias Wilson. Que el Señor nos ayude a todos a caminar en rectitud

  3. Gloria Ríos dijo:

    ¡La exhortación de la Palabra produce un gran desafío!
    Muchas gracias doctor Manuel.
    Gloria

  4. gladysospina dijo:

    Cuan necesario es para nosotros, para mi, el dominio propio! Es tan fácil irnos por lo que funciona o por lo que nos gusta. Es además agradable para nuestros sentidos y delicioso mientras dura, mientras callamos la conciencia pero no tanto como para no cauterizarla! Dios mío, necesito que sea manifiesto el fruto del Espíritu Santo en mi vida. Que una vez mas podamos correr al trono de la gracia y ser abrazados por nuestro Padre, corregidos en su amor y encaminados en rectitud!

    • Luz Mabel Restrepo Foronda dijo:

      Si Señora Gladys el dominio propio es muy necesario y más cuando gusta aquello que no debe gustar y es eso precisamente a lo que hay que tener cuidado. Dominio propio! Sí hay que ir al trono de la Gracia cada vez que hacemos algo que no da la gloria a Dios sino a la carne. Muy bien señora Gladys.

  5. Luz Mabel Restrepo Foronda dijo:

    La verdad es un tema bastante fuerte como lo expresa el hermano y como son las reflexiones de cada uno de los comentarios y como hice alusión a uno de los comentarios; es un tema para hilar delgadito ya que es una lucha constante sobre aquello que debemos hacer y aquello que conlleva a hacer lo que bien nos da la gana como lo expresa el hermano en su tema. Sí, necesitamos dominio propio y con ellos muchas cosas más, vivir bajo la GRACIA y aplicando la Palabra. Gracias por la enseñanza. Excelente.

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